Un poema de Mark Strand
Si el amanecer rompiera el corazón y la luna fuera un horror
y el sol apenas una fuente de torpor, entonces
por supuesto que hubiera guardado silencio estos años
y no hubiera escogido salir esta noche,
vistiendo mi traje cruzado azul oscuro,
y sentarme en un restaurant con un plato
de sopa frente a mí para celebrar cuán buena ha sido
la vida y cómo ha culminado en este instante.
Las armonías de la salud han alcanzado su apogeo,
y me estremezco de satisfacción, y tú te ves bien
también. Me encantan tus dientes de oro y tu pelo teñido
—un poco verde, un poco amarillo— y tu peso,
que finalmente ha subido donde nunca pensamos
que subiría. Oh, mi compañera, mi muerte hermosa,
mi paraíso negro, mi estupefaciente rancio,
mi musa simbolista, dame tu pecho
o tu mano o tu lengua que duerme todo el día
tras su pared de encías rojizas.
Échate en el piso del restaurante
y recita todo lo que ha sido apartado de mi felicidad.
Dime que no he vivido en vano, que las estrellas
no morirán, que las cosas permanecerás como son,
que durará lo que he visto, que no nací en pleno
cambio, que lo que he dicho no ha sido dicho para mí.
[Extraído del poemario Puerto oscuro (Kriller71, 2019; p. 29, traducción de Adalber Salas Hernández), de Mark Strand. Imagen: Beach square scene 21, de Nicolas Le Beuan Bénic].