Morir en noviembre, como Rimbaud.
Es tan breve el tiempo de las cerezas: la infancia es un charco de lluvia. Europa es un charco de sangre. América es una profecía, un futuro y un infierno; no el averno de Dante, sino el verano que soñó Milton —un poeta ciego—, y el que soñó Blake —un vidente— y soñamos los ángeles de Blake: una cesura en el discurso del poder, una brecha por donde la periferia se filtra, un brumario que se propaga.
Morir en noviembre: la ciudad en llamas, la lluvia que no cesa. Oh ciudad partida, exclamáis, como en un responso: ¡Oh economía! ¡Oh mercados!
Que se parta, contestamos —siempre debería haber una respuesta, siempre debe haber una canción, así es como entra la luz—, que se desplome, que se derrumben, como el tejado de este edificio, como el apellido de una casa
(¡Que reviente mi quilla! ¡Que me hunda en el mar!).
Yo también he visto el futuro, y tiemblo al recordarlo, como quien aprende un nuevo idioma, Deckard, como quien dispara a un policía.
Terminará pronto noviembre.
Es hora de morir.
[Fragmento del poema «Tannhäuser Blues»; el texto completo aparece en la revista Orsini Mag (Orciny Press, 2020). Imagen: «Arthur Rimbaud in New York» (detalle), de David Wojnarowicz.