«Cerca del cambio de siglo, algunos imaginativos escritores se dejaron llevar por lo que parecían ser siniestros presentimientos sobre el futuro de nuestra civilización. Sus profecías se centraban en la proporción de personas que serían esclavizadas y privadas de los atributos de la igualdad común entre los seres humanos. Las distopías de H. G. Wells estaban embrujadas por el espectro de una población trabajadora reducida a un nivel infrahumano; y en Jack London, y en sus horribles visiones de la gente siendo aplastada bajo la bota de hierro de los grandes negocios, la crudeza de la tortura física se combinaba con abominaciones de castración psicológica. Una gran mente religiosa había desarrollado lo mismo antes. Dostoievski, en una pequeña obra maestra, planteaba que la demanda de una «libertad imposible» de la gente podía convertir el despotismo espiritual en una inmadurez permanente aceptada alegremente por las masas.
»Para sus contemporáneos estas predicciones podían parecer fantasiosas hasta el punto de la irrelevancia política. Hoy las conocemos mejor. Hemos llegado a visualizar con ellas los auténticos rasgos de la más espantosa enfermedad social de nuestro tiempo, el fascismo. Eran simples anticipaciones poéticas de un desastre cultural.
»De lo que podemos no darnos cuenta es del significativo hecho, en su mayor parte desconocido para estos mismos escritores, de que sus profecías estaban adornando simplemente un patrón de pensamiento habitual hace un siglo, es decir, en la época de la Revolución Industrial. Estas ideas universalmente aceptadas por los contemporáneos cayeron luego en el olvido. En realidad, el tema tiene un interés mayor que el puramente histórico; es un atajo para la comprensión del fascismo. El desarrollo fascista de nuestros días es, en efecto, un recrudecimiento de la antigua hostilidad del capitalismo hacia el gobierno popular. Su incompatibilidad fue reconocida por capitalistas y empleadores desde el primer momento. A las clases propietarias les parecía evidente que, bajo el sistema fabril, la gente común no debía ser autorizada a compartir el control político. De esta forma, la amenaza de la esclavitud extendió su sombra sobre el destino de la sociedad industrial. Es verdad que, por un destacable lapsus de la memoria colectiva, la conciencia del peligro se fue apagando durante el último cuarto del siglo. El gobierno popular fue introducido entonces ampliamente y parecía a salvo del ataque contra sus fundamentos del que nuestra generación está siendo testigo».
[Fragmento del ensayo La naturaleza del fascismo, de Karl Polanyi (Virus, 2020; p. 223-224, traducción de Fernando Soler). Imagen: detalle de la edición original de la novela La máquina del tiempo, de H. G. Wells].