«Uno de los genios más importantes de esta revolución artística fue Thelonious Monk (1917-1982), quien produjo una serie de importantísimas composiciones de jazz construidas en torno a un fraseo singularmente angular, que destacaba gracias a unos intervalos, unas disonancias y unas notas discordantes que resultaban inauditos. Entre los intérpretes de jazz del momento, el lenguaje musical de Monk en ocasiones era conocido como música zombi. Lo explica la pianista Mary Lou Williams: «¿Por qué ‘música zombi’? Porque esos acordes caóticos nos recordaban a la música de Frankenstein o de cualquier peli de terror». En la música de Monk los «acordes caóticos» eran la expresión de un mundo fuera de quicio, un espacio de reificación en el que la gente quedaba reducida a ser simplemente objetos, y en el cual la gente despertaba de manera violenta de un estado de parálisis. Se trata de una estética de la disonancia, de un mundo roto cuyos pedazos nunca se pueden volver a juntar del todo. En todo ello hay una belleza radical e inquietante, compuesta de «sonidos congelados», según lo ha formulado Williams. Las melodías de Monk nos meten de lleno en un universo en el que las cosas cobran vida, en el que, por retomar a Marx, las mesas se ponen a bailar y se sacan «quimeras» de sus testas de palo. No obstante, en sus composiciones no solo oímos el sonido discordante de cómo las cosas cobran vida, sino que además podemos observar los ritmos de los movimientos zombis, los sonidos feroces de la danza de los muertos vivientes. En la actualidad está ampliamente reconocido que el conjunto de la experiencia afroamericana está impregnado de una muerte en vida, de la «doble conciencia» de ser tanto una persona como una cosa, y la música de Monk plasma precisamente esto en las cadencias monstruosamente bellas de los estallidos, los golpes y el estruendo de los acordes propios de una música contestataria afroamericana, la cual dio un nuevo ritmo urbano al «grito acompasado del esclavo», según la apropiada expresión acuñada por Du Bois.

»La música de los esclavizados —que es tanto un canto de dolor como un grito de libertad— es, como todas las formas de expresión del terror, un lenguaje de duplicaciones. En estos paisajes musicales se enfrentan entre sí la libertad y el sometimiento, produciendo unas discordancias disonantes en las que el perseguido y el perseguidor intercambian posiciones e intentan al mismo tiempo huir y darse caza. Solo una música basada en la polirritmia, los tempos cambiante y las notas discordantes podía empezar a plasmar la «belleza horripilante» [ugly beauty] de esta experiencia, por evocar el título de uno de los temas de Monk. A fin de cuentas, después de enunciar las heridas y las cicatrices que produce la opresión, a la belleza de la música zombi no le queda otra que ser horripilante. Al dar voz a los cuerpos doloridos, está llorando estas heridas, está nombrándolas, explorándolas, señalándolas. Por ello, el terror debe seguir siendo una de sus formas de expresión y, con todo, en su expresión artística continúa afirmando de manera desafiante la belleza imperecedera de la supervivencia y de la resistencia, así como de la búsqueda de la libertad. Pues, como afirma el preeminente biógrafo de Monk, «la música de Thelonious Monk tiene que ver fundamentalmente con la libertad», y ellos contribuye a su belleza inquietante. Como le sucedía a la criatura de Frankenstein, los monstruos tullidos del trabajo, los descendientes de los esclavos africanos, hablan, cantan, bailan y crean un arte que mueve el mundo. Gracias a esta música zombi, los muertos vivientes regresan a la vida, atraviesan bailando un paisaje de cadáveres y ruinas y afirman así la irreprimible belleza de su canto de libertad».

[Fragmento de Monstruos del mercado. Zombis, vampiros y capitalismo global, de David McNally (Levanta Fuego, 2022; trad. de José Luis Rodríguez, pp. 405-407). Imagen: detalle de la carátula del disco Underground (Columbia, 1968), de Thelonious Monk].

Comenta